El maratón es un monstruo de mil cabezas...y no es necesariamente un monstruo maldito, pero cuando uno no entrena lo suficiente o no va bien preparado sí lo es.
Lo vi ayer en el maratón de la Ciudad de México, corrí con mi papá los últimos 25 kilómetros de su maratón, e hicimos una excelente carrera, quizás ha sido su mejor maratón en cuanto a ánimos y preparación. El único contratiempo que tuvimos fue que los últimos 4-5 kilómetros empezó a sentir un ligero piquete en la pierna que nos obligó a convertir los últimos kilómetros en pequeñas series de 400 metros.
Lo que le pasó a mi papá no es nada comparado con lo que uno vive en un maratón si no se prepara bien, o si no se planea bien la carrera.
Dicen que el mayor vicio de los corredores aspirantes a maratonistas es empezar la carrera muy rápido, al paso que corren quizás un medio maratón, pues el cuerpo, el cansancio, el calor y la desesperación empieza a hacer de las suyas en los kilómetros que muchos llaman "la pared", y ahí es donde comienzan los problemas.
Otra forma de sufrir un maratón es no hidratarse o alimentarse bien antes y durante la carrera...o intentar correrla sin estar realmente preparado para ello, ya sea por lesión o por falta de entrenamiento, o entrenamiento deficiente (como lo fue mi caso en Chicago).
Pero si uno llega bien entrenado, hidratado y con ánimos, el maratón puede ser la mejor experiencia de su vida...es una lucha contra uno mismo, en la que se experimentan diversos sentimientos a lo largo de 3, 4, 5 o hasta 6 horas...es una experiencia en donde al final, quizás lo único que se necesita es paciencia para entender que la meta queda más adelante.
A todos los que lo hemos hecho (o a casi todos), nos han quedado ganas de volverlo a hacer...la preparación es difícil y muy desgastante, y el maratón mismo lo podría llegar a ser, pero por alguna razón reincidimos en ello para volver a enfrentarnos al monstruo, aunque siempre con más armadura a cuestas.
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