lunes, 31 de agosto de 2015

Me Colé en una Fiesta

¡Qué cosa el Maratón de la Ciudad de México! Como muchos otros, no me tocaba correr el maratón completo pero aproveché la ocasión para hacer mi distancia más larga rumbo al Maratón de Berlín.

La cita fue en punto de las 7:00 am afuera de las instalaciones de Grupo Imagen, los entrenadores decían que ahí era el kilómetro 10 de la ruta y tomaríamos el camino en ese punto para terminar en la meta nuestros 32 kilómetros. Con nervios y emoción esperamos hasta pasadas las 8:00 de la mañana para empezar a correr, habrían ya pasado los corredores elite y podríamos incorporarnos con los corredores amateur que quizás harían 3:00-3:30 en su maratón.

Cuando nos fuimos al punto donde empieza el recorrido vimos el letrero del kilómetro 9, ¿nos habrían engañado los entrenadores para que corriéramos un kilómetro más? A mi paso, me iban rebasando muchos corredores, hasta pena me daba ir tan despacio al lado de gente a paso de 4:30, 5:00, 5:30, 6:00. Era evidente quienes estaban corriendo su maratón y quienes estaban "cachiruleando" o haciendo distancia como yo, se notaba el entrenamiento en las piernas y el entusiasmo en el andar.

Los primeros 10 kilómetros se me fueron como agua, recorrí las calles de Polanco y tomé Paseo de la Reforma. Era tal la emoción que pensé en que el año quentra correría el maratón completo, ya estaría solo a 10 kilómetros de la experiencia integral e iría por la "I" de invencible, increíble, impresionante, insólito, etc. Sin embargo, la ruta se empezó a tornar pesada subida tras subida.

Cuando entré al bosque fue inevitable sentir un pequeño bajón, nada grave, pero correr en el Bosque de Chapultepec nunca ha sido mi hit. El adoquín (o como se le llame a esa superficie) me cansa un poco y aunque ahora fue la excepción, en casi todas las carreras los organizadores suspenden los abastecimientos en ese tramo, así que para mí es un tramo sufrido.

Salimos del bosque y nuevamente tomamos Reforma, ruta conocida y ya dominada miles de veces. nos desviaríamos en Insurgentes para después entrar a la Condesa. En ese entonces ya pesaban un poco las piernas, pero justo como lo platicábamos antes de empezar a correr, la Condesa se me hizo eterno. Pesadísimo además porque era tanta la porra que en ocasiones no cabíamos los corredores, así que no había forma de parar ni bajar el paso. En donde sí había espacios, paré algunas veces para tomar un poco de aire y hasta tuve que parar en un oxxo a comprar agua, pues algunos abastecimientos solo tenían Gatorade y yo tuve mucha sed todo el recorrido.

En la esquina de Insurgentes y Nuevo León estaría Johana, una amiga con la que correría los últimos kilómetros. No nos vimos ahí sino más adelante, pero saber que alguien más se uniría a mi carrera me mantuvo con aire. Nos vimos finalmente alrededor del kilómetro 35-36 y a mí solo me faltaban 5 pues decidí no correr un metro más después de que el Garmin marcara 32.00 kilómetros, mi papá estaba corriendo todo el maratón así que pensé correr mis 32 kilómetros y esperarlo en la carpa del equipo para que cuando pasara me fuera corriendo con el los últimos metros hasta la meta.

Para los últimos 5 kilómetros no me quedó otro remedio mas que hacer mis ya conocidas series de 900 metros, definitivamente esa iba a ser la única forma de terminar mi entrenamiento con dignidad.

Cuando el Garmin marcó 32.00 lo paré y me fui caminando hasta la carpa del equipo, mi papá pasó por ahí como 40 minutos después y juntos pasamos por la meta con una bandera del Día Mundial de la Diabetes. Él había terminado su 6o maratón (ligeramente accidentado por falta de entrenamiento) y yo había terminado mi distancia más larga hacia el Maratón de Berlín, jurando -a diferencia de lo que opinaría en el kilómetro 4 de mi entrenamiento- no correr nunca jamás el Maratón de la Ciudad de México completo, la ruta había sido una tortura.

Me sorprendió muchísimo la respuesta de la gente, había tanta que de verdad en la Condesa e Insurgentes el espacio para correr se reducía. Gente que ofrecía, como en la canción de Mecano, coca-cola para todos y algo de comer. Porras por donde quiera y mucho entusiasmo.

Con esta carrera terminé mi racha de mala suerte en las mismas, ahora no hubo incidentes físicos ni mentales que me impidieran terminar mi distancia con optimismo, al final aunque paré en pedazos me llevé una sonrisa en la cara y sobre todo la tranquilidad de que ya estoy casi lista para mi Maratón de Berlín.

Felicidades a todos los maratonistas, pero en especial a mi papá que aunque no le creo ni tantito que este fue su último maratón, logró superar sus propios límites y terminarlo sonriendo. ¡Te quiero mucho papá!


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